Con Rossi como gran figura, el Xeneize logró un triunfazo. Un error de River fue bien aprovechado por Villa para el único gol del Súper.
Es campeón, Boca. Esto es un título. Un título, sí. Porque hay que ver a los jugadores ahí, en el centro del campo, festejándolo como un título. Cantando, saltando, gozando. Y es, hasta podría decirse, incluso más que un título. Porque esto es Boca y esto es más -y mejor- que la Copa Argentina, por ejemplo. Porque acá, viendo esto, hay 72 mil personas vestidas de rojo y blanco, 72 mil personas que tiraron bengalas y pirotecnia, 72 mil personas que armaron un mosaico, 72 mil personas que vinieron para lo que era darle la estocada al equipo de Battaglia y se van tocadas, conmovidas, sin poder creer lo que acaba de pasar.
Boca, el Boca de Battaglia, gana en el Monumental ante el River de Gallardo. Patea el tablero, el Xeneize, pateando ¿una? ¿dos? ¿tres veces al arco? ¿Eso importa? Lo que importa es que el triunfo es enorme. Tan enorme como la bronca de los hinchas de River que fueron a una fiesta y terminan viendo -sufriendo- este triunfo -título- histórico. No habrá estrella bordada al escudo de Boca, es cierto, pero habrá huella. Una huella enorme deja este partido. En Boca, claro, y en River. En Battaglia y, por qué no, en Gallardo. Un River de Gallardo nervioso, por momentos desconocido, perdido, ante un equipo que salió a no perder y terminó llevándose este triunfo e-nor-me.
¿Cuál fue el plan del equipo de Battaglia para quedarse con este clásico? Sencillo. Esperar. Jugar con la desesperación de River y aguardar un error (que llegó, ay González Pirez). La idea fue, como se vio, que el equipo de Gallardo entre en su juego, que no pueda ponerse en ventaja y comience a impacientarse. Y River entra en esa dinámica diabólica: se apura y equivoca los caminos, mientras Boca duerme el ritmo. Rossi hace tiempo pero también hace historia. Rojo se demora en cada tiro libre, pero, también, Rojo saca todo, y Juan Ramírez la pone bajo la suela y Pol Fernández juega y hace jugar y Vázquez exige siempre y Villa las corre todas, todas, y hace un gol que se recordará por mucho tiempo.
Viejos tiempos
Este fue, por momentos, un clásico de los 90. River yendo, errando, intentando, sufriendo, haciendo figura al Mono (perdón, a Rossi) y Boca aguantando, por momentos tocando, por momentos rezando, por momentos encomendándose al chamán y hasta por momentos, también, a punto incluso de ponerse 2-0. (casi la mete Óscar Romero).
Boca juega mal como -casi- siempre, pero gana como nunca (es el primer triunfo de la era Battaglia en un clásico). Un Battaglia que planteó un partido muy similar al del año pasado en este mismo estadio (cuando jugó casi todo el Súper con diez), pero ayer la diferencia fue que jugó con doce, trece, catorce... Porque el esfuerzo, el músculo, las piernas, se multiplicaron durante todo el partido, porque, jugando bien, jugando mal, la entrega de los jugadores fue enorme.
Como fue enorme lo de Rossi. Cada vez más grande, cada vez más dentro del corazón de los hinchas y de la historia del club. Ya no es sólo ese arquero gana partidos en los penales. Ya es un arquero gana partidos en los 90. Si Boca festejó el año pasado en Copa Argentina fue gracias a él, qué duda hay, y si Boca festeja hoy, ahora, en este Monumental que enmudece, es también gracias a él: las de Julián, la de Juanfer, la de Palavecino, todo sacó.
Es raro el fútbol: River no juega bien, pero genera cuatro, cinco, chances clarísimas y no merece perder. Por un lado, este es, seguramente, de los peores superclásicos del River de Gallardo; pero, por el otro, el arquero rival es la gran figura. Esto habla a las claras, también, de lo que es el ciclo Gallardo.
Tan cierto es que River no mereció perder, como que si el equipo de Gallardo buscaba el Partido del Click este fue el Partido del Pif. Se lo vio sin la voracidad que mostró ante Gimnasia (Boca no es Gimnasia), sin un fútbol fluido, con jugadores muy lejos de su nivel (Simón, Enzo Fernández, Barco) y, lo peor, tras el 0-1, entró en un mar enorme de dudas: muy nervioso, ansioso, con muy poca claridad, desconcertado por momentos hasta pareció perder la compostura. Tan así que hasta Boca lo tuvo para el 2-0.
Lo concreto, más allá de los modos, es que este Superclásico será para la historia. El Boca de Battaglia, de un Battaglia que hace días parecía con un pie afuera del club, se carga al River de Gallardo en el Monumental. Las formas habrá que dejarlas para otro momento, quizás otro día, otro año, otro siglo. Ese es otro cantar. Ahora los que cantan felices en el centro de la cancha son los jugadores de Boca. Había que ganar y se ganó. Como en los 90. Y como manda también la paternidad que mantiene sobre River. Así se llevó el Súper. Con la camiseta, esta vez amarilla (que ya va al museo).
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